El 22 de noviembre de 1993, ETA asesinó al marido de Rosa Rodero, Joseba Goikoetxea, sargento mayor de la Ertzaina que en esa época estaba separado del cuerpo policial. Rodero pasó siete años ocupada en sacar adelante a sus hijos. Una vez consiguió que se estabilizaran sus vidas, fue ella quien cayó en una fuerte depresión.

DATOS PERSONALES:

Nombre: Rosa Rodero Palacios

Edad: 56 años (1956)

Profesión: Administrativa

Situación familiar: Viuda. Tres hijos.

Lugar de procedencia: Barakaldo (Bizkaia). Reside en Bilbao.

COLECTIVO: Familiares de víctimas.

HECHOS

- A Rosa Rodero le cambió la vida completamente el 22 de noviembre de 1993, fecha en la que ETA asesinó a su marido Joseba Goikoetxea, sargento mayor de la Ertzaina que en esa época estaba separado del cuerpo policial. ETA atentó contra Goikoetxea en el momento en que llevaba en el coche a su hijo de 17 años al colegio. El hijo, que pudo saltar del vehículo, resultó ileso ante los disparos que acabaron con la vida de Joseba Goikoetxea.

- Tras el atentado que quitó la vida a su marido, Rosa Rodero pasó siete años ocupada en sacar adelante a sus hijos. Una vez consiguió que se estabilizaran sus vidas, fue ella quien cayó en una fuerte depresión. Hoy en día sigue teniendo que tomar medicación.

CONSECUENCIAS

“Éramos una familia normal, de padres trabajadores con tres hijos, de los que dos estaban estudiando y la pequeña tenía 18 meses cuando asesinaron a su padre. Teníamos una vida familiar muy bonita, porque intentábamos estar mucho con los niños y salir mucho”.

“Joseba era sargento mayor de la Ertzaintza. Llevaba lo que se podría llamar, aunque entonces no tenía ese nombre, la unidad de información de la Ertzaintza, donde era el jefe y tenía a su cargo a mucha gente en las tres provincias (Álava, Bizkaia y Gipuzkoa). Él era nacionalista y desde muy joven trabajó para el nacionalismo como militante. Su vida tenía parte política hasta que entró en la Ertzaintza. Incluso llegaron a detenerle y estuvo en la cárcel, de la que salió con la amnistía general de 1977. En ese momento volvió al Partido Nacionalista Vasco (PNV) y empezaron a reconstruir la red de batzokis. Posteriormente, en 1980, pasó a formar parte de Berroci, primero en administración y después va entrando a hacer vida de ertzaina. De ahí salió el embrión de la Ertzaintza y Joseba fue uno de los primeros que salió con un cargo. Así, cuando en 1982 salió la primera promoción de la Ertzaintza, él fue uno de los que estaba allí para recibirles y enseñarles. Joseba estuvo en Berroci hasta 1985, cuando vino a Bilbao y se puso a trabajar en la Unidad de Información”.

“En 1986, estando el empresario Lucio Aguinagalde secuestrado por ETA, recibieron en la Ertzaintza un chivatazo y fueron a comprobar la veracidad de ese chivatazo. Se encontraron en una cueva en la que había gente de ETA con Lucio y se produjo un enfrentamiento. Como consecuencia murió Genaro García de Andoain, al lado de Joseba, y consiguieron sacar al secuestrado de la cueva”.

“Joseba y yo nos conocimos en 1986. Yo venía de un matrimonio anterior. Nos fuimos conociendo y al cabo de dos meses comenzamos a vivir juntos, con mis hijos. Llevábamos una vida fenomenal. Nos vinimos a vivir a Bilbao en 1989, porque nos venía mejor para trabajo y para todo. En Bilbao tenemos a nuestra cuadrilla de amigos. Empezamos a hacer una vida familiar y, siendo mis hijos muy pequeños, como digo yo, le adoptaron como padre enseguida, en cuanto le conocieron, porque era una persona que se hacía querer muchísimo”.

“Hacíamos una vida familiar corriente. Con nuestro trabajo, nuestros hijos… todo lo normal. No teníamos problemas, o los justos que se derivan porque siempre estás con el miedo por la profesión de Joseba. Siempre hay cosas, empiezan a salir papeles en los cuales está su nombre… Pero nunca piensas que te pueda pasar a ti y procuras vivir no pensando en ello. Las amenazas ahí estaban pero para hacer tu vida normal tienes que olvidarte de ello. Sí tomábamos algunas precauciones. Por ejemplo, a mi marido no le gustaba llevar a los niños al colegio por la mañana, porque no quería que estuvieran con él en esos momentos por si pasaba cualquier cosa. Pero dentro de poder tener algunas cosas de ese estilo, hacíamos una vida muy normal”.

“Joseba era el responsable de dicha Unidad de Información y era una persona a la que conocía mucha gente. Era una persona representativa dentro de lo que era la Ertzaintza”.

“Hubo un momento en el que vimos que Joseba estaba amenazado. Empezaron a sacar papeles de un comando que se intervino. Ahí salía encabezando listas de posibles personas contra las que atentar. Lo sabíamos, pero era una cosa de la cual no se hablaba, se prefiere no comentar. Aunque alguna vez comentamos, él siempre decía que estuviera tranquila. Él no se daba importancia, era una persona que se consideraba otro más, aunque tuviera su cargo. Solía decir que si alguna vez se pensaba que podían ir contra él ya pondría sus medios. Pero era todo muy abstracto, algo que nunca quieres pensar que puede ocurrir, porque si no, no vivirías”.

“Después de que pasen las cosas empiezas a pensar en algunos detalles y te das cuenta de que sí, que estaban detrás de él. Pero en aquel momento, aunque ves cosas, no las quieres ver así. Hasta después no te das cuenta de que realmente pudo haber tenido un seguimiento”.

“La Ertzaintza se creó para el pueblo y porque el pueblo lo quiso así. En un primer momento nunca se pensó que se podría atentar contra la Ertzaintza. Hay un primer atentado en 1985 contra Carlos Díaz Arcocha, pero fue un primer atentado contra la gente que el Gobierno de Madrid en sí mandaba a la Ertzaintza desde el ejército. Entonces se pensó que el atentado se produjo porque era gente que procedía del Ejército y no querían que entraran en la Ertzaintza. Al margen de esto, no se pensaba que podían ir directamente contra la Ertzaintza. Pero está claro que esto es algo que cambia y que no se puede prever. Tampoco podíamos pensar que irían a por gente de los partidos políticos y después lo hicieron”.

“Hasta el día del atentado no había habido apenas agresiones contra Joseba. Algunas veces sí teníamos alguna cosa rara en el teléfono, pero hacía tiempo que habíamos cambiado el número y lo habíamos restringido. También habíamos puesto algunos medios de seguridad como por ejemplo mirar debajo del coche todas las mañanas antes de cogerlo. Era una serie de pautas que Joseba había cogido cuando estuvo en Berroci. Pero eran cosas a las que no les dábamos ninguna importancia”.

“Desde luego, si Joseba tenía miedo no lo demostraba en casa. En aquel momento él había pasado por un juicio por unas escuchas al Lehendakari Garaikoetxea y, por eso, no estaba en activo en aquel momento. Se había puesto a estudiar en la Universidad y llevaba una vida muy tranquila. Precisamente pensaba que al estar apartado de ese mundo no le iba a pasar nada. Cuando él estaba más tranquilo, con la guardia más baja, fue cuando atentaron contra él. Por ejemplo, él nunca llevaba a mis hijos al colegio a la mañana, pero cuando atentaron contra él, llevaba en el coche a mi hijo mayor a la parada del autobús, porque en esa época estaba más tranquilo”.

“Mi marido y mi hijo salieron de casa a las ocho menos diez de la mañana el día del atentado, porque iban adonde mi hijo cogía el autobús del colegio. Después de dejar a mi hijo, Joseba se iba a ir a estudiar. Yo bajé de casa unos quince minutos después y vi un tumulto de gente. Según me iba acercando yo me ponía cada vez más nerviosa. Llegué a la barrera que había hecho la policía y no era capaz de ver. Había un par de coches, uno de ellos de mi marido, y era incapaz de ver la matrícula porque mi estado de nervios me anulaba totalmente”.

“Recuerdo preguntar a una señora por el número de la matrícula, pero me respondió por el número del otro coche. Un policía que me oyó me dijo que esa matrícula no era la del coche del atentado y fue cuando dije: ‘mi marido’. Ese chico me cogió inmediatamente y me metió dentro. Yo empecé a preguntar sobre todo por mi hijo y me contó que mi hijo estaba bien, que habían herido a mi marido y que estuviera tranquila. Yo les decía que no me dijeran eso, que sabía que a mi marido lo habían matado pero que me dijeran dónde estaba mi hijo. Yo asumía que habían matado a mi marido y mi preocupación era saber si habían herido a mi hijo. Los policías fueron muy majos y se portaron muy bien conmigo y me llevaron al hospital”.

“Allí vi a mi hijo y me quedé más tranquila. Fue entonces cuando empecé a preguntar por mi marido y cómo estaba. No puedo contar mucho más porque después fueron cinco días, desde el lunes 22 de noviembre de 1993, cuando fue el atentado, hasta ese viernes 26, cuando falleció Joseba, en los que recuerdo que yo solo quería estar con él constantemente. Pasó muchísima gente por allí. Estaban todos los compañeros de mi marido y no quería marcharse ninguno a casa. Estaban pendientes para ayudar en cualquier cosa que necesitáramos las 24 horas. Hubo un momento en el que me entregaron el anillo de mi marido y una chapa que poco tiempo antes le había regalado toda la unidad a Joseba, cuando tuvo que dejar el cargo a partir del juicio por las escuchas a Garaikoetxea. Era una chapa que tenía grabado un ‘lauburu’ (símbolo típico vasco) y la inscripción ‘Gaur eta bihar, beti zurekin’ (Hoy y mañana siempre contigo) y para él era muy importante. Se la había regalado gente que él había ido formando y eligiendo para su unidad. Lo primero que hice fue ponérmelo y ahora sigue estando siempre conmigo, porque para mí hoy en día también es importantísimo por ser un recuerdo a su profesión, a lo que él amaba”.

“Tras el atentado mi vida cambió por completo. Tuve siete primeros años muy malos, pero en los que tuve que hacer frente a varios problemas. Primero, mi hijo mayor (16 años entonces), que durante siete años lo pasó muy mal y dejó los estudios. Era un niño que sacaba notas de media sobresaliente y notable y después era incapaz de sacar una sola asignatura. Durante un año intenté con empeño que él siguiera adelante, pero llegó el momento en el que vimos que no se podía. A mí también me sucedió, y pasé de quedarme enganchada cada vez que cogía un libro a que desde entonces no sea capaz de leer un libro. Se me va totalmente la mente y no soy capaz de asimilar lo que he leído. Me di cuenta de que me estaba ocurriendo lo mismo que a mi hijo y traté de potenciarlo de otras maneras, que fuera haciendo cosas que le gustaban. Para mi hija de 13 años Joseba era su aita, porque no conocía tener un padre en sí hasta que no vino Joseba. Durante siete años me ocupé de sacar adelante a mis hijos”.

“Mi hijo de 16 años ya sabía conducir, y estaba deseando llegar a los 18 para poder sacar el carnet. Además su aita le había prometido ese año una moto si sacaba buenas notas. Pero hasta los 23 años fue incapaz de meterse en el coche, porque cuando mataron a mi marido él iba en el asiento de copiloto. Él vio caer a su padre con un tiro en la nuca y, según me han contado, luego se tiró del coche y después echó a correr detrás de ellos pero le sujetaron. Lo pasó muy mal durante siete años y a los 23 años me dijo que quería sacarse el carnet de conducir. Estuvimos él y yo varios días para que pudiera meterse en el coche, para ponerse al volante. Casi dos meses. Una vez se le quitó la impresión por estar al volante se puso a conducir y se sacó el carnet enseguida. Él ya había empezado a estudiar otra vez y a hacer sus cosas e iba mejorando poco a poco. Con mis hijas también era otra cosa… Y entonces fue cuando caí yo”.

“Cuando mis hijos se establecieron y normalizaron caí en una depresión muy fuerte. Llegué a perder unos 25 kilos. Estuve tres años muy mal. A consecuencia de todo esto tuve problemas de estómago. Me tuvieron que quitar un cuarto de estómago. A partir de eso, también se me presentó un problema de tiroides, problemas de corazón con taquicardias, ansiedad… Ahora vivo a base de pastillas y medicación. Aunque han pasado casi 12 años desde que tuve esta fuerte caída, es una cosa que llevas en el alma y no te la puedes quitar. Sigues adelante por tus hijos, y ahora por los nietos. Empiezo a tener nietos y la ilusión se va recuperando, pero ya no es lo mismo porque tu vida cambia totalmente. Te falta la persona con la cual has hecho tu vida durante unos años y con la cual has creado unas ilusiones de vejez, de pensar en el día de que nos quedásemos solos porque los hijos se nos hubieran ido… Muchas cosas de envejecer juntos que ya no tienes. Sobre todo las noches son horribles, porque estoy sola. Además hay que tomar muchas decisiones con los hijos, con la casa… que nosotros siempre habíamos compartido pero que ahora me tocan solo a mí. Se hace muy cuesta arriba”.

“Me acuerdo de una anécdota que sucedió más o menos un año después de morir Joseba. Mi hija pequeña se puso mala y la llevé al médico. Estando yo sola esperando al médico y estando acostumbrada a que siempre me acompañara Joseba me empezó a dar una llorera que no pude evitar. Fue para mí algo muy fuerte. No sé lo que me pasó. El verme allí sola con la niña… Llamé inmediatamente a mi hermano y rápidamente se presentó, porque yo no podía ni hablar con el médico. Él intentaba hablar conmigo y no podía. Lo pasé muy mal”.

“El entorno en el que nos movíamos mi marido y yo era un grupo de amigos que se conocía de toda la vida. Para ellos fue un golpe muy fuerte. Conmigo se portaron de forma maravillosa, pero ellos también llevaban su dolor muy dentro. Por otro lado, en mi entorno me vi muy protegida porque todo el mundo me apoyó muchísimo. Las hermanas de mi marido también lo pasaron muy mal porque Joseba era el hermano pequeño y era un poco el hijo de todas. He tenido la suerte de sentirme muy arropada por todos, en el mundo en el que yo vivía. Tanto familia, como amistades y círculos sociales”.

“Para mí Joseba siempre está conmigo, y cuando tengo que tomar decisiones sigo hablando con él y consultándole. Siempre lo tengo delante de mí, con fotos en todas las habitaciones y cuartos. Me siento acompañada, más ahora que, excepto mi hija pequeña, mis otros dos hijos ya se han casado y tienen sus familias. Aunque estoy mucho con ellos, porque eso me anima y son lo que tengo”.

“Hoy en día mis hijos han salido adelante, han creado sus familias. El recuerdo siempre está ahí. Mi hijo es ertzaina, siempre quiso serlo. Para mí es un orgullo muy grande. Mi hija también tiene su trabajo y está esperando un hijo. La pequeña está estudiando una carrera. Más o menos vamos saliendo adelante. A ellos no les gusta hablar mucho del tema. Les gusta más hablar de aita, recordar cosas que hacíamos con él. Les encanta hablar de cómo era, de lo que hacían cuando iban al monte… sobre todo con mi hija pequeña, que tenía 18 meses cuando él murió. A mis hijos les encanta explicarle juntarse y enseñarle fotos explicándole cómo era. Pero de todo lo que pasó después no les gusta hablar”.

“En mi caso, sigo viviendo con Joseba, con mis hijos, con mi trabajo y con mis nietos. Sigo adelante porque hay que seguir adelante. Pero siempre me falta algo y no lo puedo evitar. Es muy difícil rehacer una vida después de haber compartido con un hombre tantas cosas y tanto amor. Yo creo que no se puede. A veces cuando hablo con mis cuñadas me dicen medio en broma que tengo puesto el listón muy alto, pero es que era así como lo recuerdo, y que con menos no me voy a conformar. Gracias a Dios sigo teniendo bastante contacto directo con ellas y les doy gracias por muchas cosas porque me han ayudado en muchas cosas por superar y echarme una mano cuando la he necesitado, con mis hijos… con todo. Así es mi vida ahora, con mi trabajo y familia. Y cuando hay cosas de víctimas me gusta estar informada”.

“He ido conociendo todo el tema de víctimas, asociaciones… Me he comprometido un poco con ese tema, con echar una mano a la gente sin estar en ninguna asociación. A veces, al ser Joseba una persona conocida y después haberme hecho conocida yo, me han llamado y he tratado de echar una mano a otras víctimas para que en vez de dar mil pasos den uno concreto. O simplemente a veces hacer una llamada y charlar tomando un café. Quizás a lo que más nos gusta en algunos momentos es charlar y más si es con otra persona que ha pasado lo mismo que tú”.

“He trabajado siempre a favor de la paz, precisamente por la historia de mi marido. A él le había tocado sufrir mucho con la policía mucho en la época de Franco, incluso en la cárcel. Después le tocó trabajar en la policía y nos inculcó a todos que no podemos odiar, porque el odio es absurdo y no sirve para nada. Esas enseñanzas que nos dio son las que yo mantuve tras su muerte. Más que sentir odio cuando murió sentí lástima, porque pienso que no sabían a la persona tan maravillosa que estaban matando, ni lo que luchó por los presos. Creo que no sabían quién era mi marido, porque si lo hubieran sabido no lo hubieran matado. Por eso me dio lástima”.

“Después también he enseñado a mis hijos a no odiar. He mantenido unas ideas muy claras a favor del diálogo y, sobre todo, un optimismo y esperanza impresionante que sigo manteniendo porque lo que más deseo es la paz. Lo que más deseé fue que con la muerte de mi marido hubiese terminado todo. Por desgracia después tuve que vivir muchas historias más y cayeron muchos compañeros y amigos. Pero mantuve esa idea de paz, de vivir en un pueblo maravilloso que tenemos, que mis hijos pudieran crecer bien y posteriormente mis nietos pudieran nacer y conocer una Euskadi tranquila, en paz, libre. Siempre he luchado por eso y es en lo que me he mantenido desde el primer momento. No sentí odio, más algo como pena o lástima por pensar en lo mal que los estaban haciendo todo”.

“El primer juicio por el atentado fue en 1998 y la última sentencia contra una última persona que detuvieron porque estuvo mucho tiempo refugiada en Francia salió en abril de este año (2012). A mi marido ya no me lo van a devolver. Se les ha juzgado y se les ha condenado y sabemos que no van a cumplir sus condenas completas, pero hay que aceptarlo, hay que vivir y seguir adelante. No puedo hacer nada contra eso, y no voy a vivir odiándoles toda la vida porque entonces me amargo yo a mí misma. Prefiero vivir no pensando en ello. El odio te destruye y, como no tengo demasiadas cosas para vivir, estoy como para sentirme destruida. No se lo puedo permitir ni a ellos ni a nadie. Tengo tres hijos maravillosos, un nieto precioso y otro que me van a dar dentro de poco que para mí va a ser el no va más, tengo mi trabajo y vivo. Me faltan muchas cosas que tendría que tener y me siento sola, pero no me perdonaría nunca odiar. No llevaría a ningún sitio”.

“Que ETA haya dejado la actividad armada me ha traído una gran tranquilidad. Estoy convencida de que este paso es definitivo, y de que puedo levantarme sin pensar ‘qué pasará hoy’, si caerá algún amigo, puesto que han caído muchos compañeros y amigos, sin tener la angustia de que pueda haber un atentado de cualquier clase… Durante 19 años hemos vivido así, con esa angustia al levantarnos, porque, cada vez que ocurría algo, vuelves a revivir todo. Revives lo que te ha pasado a ti y estás sintiendo lo que está pasando esa familia. Es algo horroroso. Ahora estoy encantada y espero, lucho y estaré siempre a favor de que esto continúe. Espero que mis nietos no tengan que pasar por nada de esto y que conozcan Euskadi tal y como es”.