DATOS PERSONALES:
Nombre: Imanol Zubero
Edad: 49 años.
Profesión: Doctor en Sociología por la Universidad de Deusto. Profesor titular de Sociología en la Universidad del País Vasco (UPV-EHU).
Es senador del PSE-EE por Bizkaia desde el año 2008.
Situación familiar: Casado, una hija.
COLECTIVO: Profesores.
HECHOS:
- En 1979 hace su primer posicionamiento público contra el terrorismo de ETA, en una época en la que muy pocos alzaban la voz contra la banda.
-Inicia su participación en movimientos por la paz y la libertad en Euskadi. Participa en Gesto por la Paz desde sus inicios en los años ochenta.
- Por sus posicionamientos públicos y su participación en los citados movimientos, recibe multitud de amenazas e insultos.
-En septiembre del año 2000, le informan de que la policía ha encontrado documentación sobre él entre los papeles interceptados en unas detenciones de miembros del comando Buruntza de ETA.
-En aquel momento adopta medidas de autoprotección.
-En 2004, y por recomendaciones de los expertos, decide aceptar la escolta. Desde entonces vive con protección.
CONSECUENCIAS:
“Mi primer posicionamiento público relacionado con el terrorismo de ETA fue en el año 1979. Escribí una carta al director del diario Deia, que era el que se leía en casa de mis padres, que eran nacionalistas, en contra de la campaña que en aquel momento estaba haciendo la izquierda abertzale contra el Estatuto de Gernika. Desde mi adolescencia estoy en ese posicionamiento, y a partir de ahí me posicioné en muchas cartas al director, artículos, etc.”.
“Más tarde estoy en Gesto por la Paz. Durante los años de acción en Gesto, recibí multitud de insultos y amenazas. Gesto por la Paz tenía su sede en el Casco Viejo de Bilbao, por lo que era muy complicado moverse por allí. Eran los años de los secuestros de J.M. Aldaya, Ortega Lara… en los que había concentraciones y contra-concentraciones todas las semanas”.
“Por aquella época, además, yo participé en un programa de ETB que tuvo mucho éxito en aquel momento, “Rifi-rafe”. Era el año 1992, acababa de surgir Elkarri, y se hizo un programa en el que participamos Gesto por la Paz, Elkarri, Gestoras Pro-amnistía… Aquello tuvo mucha relevancia mediática, y diría que desde que estoy en esta práctica, encontronazos, insultos o enfrentamientos, he tenido muchísimos. Sin embargo, y aunque suene paradójico, todo esto lo vivíamos con mucha normalidad. Mientras tanto ETA seguía asesinando, pero asesinaba policías, asesinaba militares, asesinaba guardias civiles, asesinaba “chivatos” o gente a la que señalaba como traficante de droga[1]”.
“La paradoja era que lo anormal era lo otro, que te asesinaran, pero que te amenazaran, que tuvieras que andar con cuidado de por dónde andar, la pérdida de libertad, lo veíamos como algo normal. Yo, por ejemplo, a partir del año 1994 no volví a ir a las fiestas de Bilbao, porque era una locura; era una pérdida de libertad, era una situación excepcional, pero lo llegamos a sentir como algo normal”.
“Las cosas cambian para mí cuando en septiembre del año 2000 me llama el entonces rector de la UPV, Manuel Montero, para informarme de que la Ertzaintza le ha comunicado que se ha encontrado documentación sobre mí a un comando de ETA, que me había hecho seguimientos. Fue algo que no me cogió por sorpresa, era algo que llevaba esperando hacía tiempo. Solo tenía una duda: ¿por qué ahora y no antes? Era la época de la estrategia de socialización del sufrimiento de ETA, acababan de asesinar a Ernest Lluch, es por aquella época también cuando ponen la bomba aquí en la facultad… Habían empezado a atacar directamente a gente que opinaba, pensadores, profesores…. No me sorprendió que me hubieran estado siguiendo. Objetivamente, yo, que llevaba escribiendo una columna semanal en El País desde el año 97, tenía muchas papeletas para que me tocase”.
“Aparezco en el 2000 en los papeles del comando Buruntza, y lo primero que hago es ir a la comisaría de la Ertzaintza. Me presentaron un vídeo de autoprotección, horroroso, en el que el protegido acaba siempre asesinado. Entras en una situación muy rara. Te ofrecen escolta. A mí me pareció una locura lo de la escolta, porque acababa de nacer mi hija. Tuve que dejar de traerme a la niña a la guardería de la facultad, como venía haciendo hasta entonces. Era insoportable andar buscando bombas bajo el coche y acto seguido atar a la niña a la silla del asiento de atrás”.
“La primera opción, previa a la de la escolta, fue la de la contra-vigilancia; consistía en que tenía que llamar a un teléfono de la Ertzaintza una hora antes de salir de casa. Ellos mandaban una patrulla al domicilio para echar un vistazo. Te avisaban de que podías salir. Al tiempo, avisabas al servicio de seguridad de la Universidad de que estabas en camino, y ellos te buscaban un sitio seguro para aparcar el coche. Todo con tu coche personal. Es una situación ,más llevadera, aunque no deja de ser un sometimiento a una disciplina que te quita autonomía y libertad, y sobre todo, te mete en un clima de mucho miedo y paranoia”.
“A modo de anécdota, una mañana de Navidad, o Nochebuena, no recuerdo bien, estaba yo en Alonsotegi, que es un pueblo pequeño, con mi hija en el parque. Ella, que tendría dos años, con su triciclo, y yo leyendo el periódico. Vi llegar un coche del que se bajaron dos chavales, melenudos, con bolsas de deporte. Uno se quedó mirando, el otro se acercó a mí. Yo, que tengo mucha afición a la montaña llevaba las llaves en un mosquetón de escalada. Mi primera reacción fue coger el mosquetón y ponérmelo en la mano. Cuando ya estaba a un metro de mí, me levanté y estuve a punto de estamparle un puñetazo en la cara. Resultó que solo estaban buscando el frontón del pueblo. En ese momento pensé: esto es una locura”.
“Por una parte, la situación de contra-vigilancia te daba libertad. Por otra parte, tenía dudas de si lo estaba haciendo bien. Cada cierto tiempo había que revisar las condiciones de seguridad con la Ertzaintza, por si ellos te indicaban alguna novedad con respecto a tu persona. Me daban información sobre si seguía saliendo en los papeles de ETA, cosa que ellos mismos me decían que tampoco era indicativo de nada, puesto que hoy en día, con todo el mundo digital, los mismos papeles podían estar cambiando de manos”.
“En el año 2000 me ofrecieron la escolta y yo no la quise. Tomé medidas de autoprotección. Dejé la autoprotección pasado un tiempo. Luego la retomé, y finalmente, en enero de 2004, antes de las elecciones generales, un conocido, que es ertzaina y que trabajaba para la delegación del gobierno, me dice que no puede ser que yo siga sin protección. Me dice que ETA está buscando actuar contra la gente que opina. En ese momento yo decido someterme y aceptar la escolta. Más tarde, cuando me presenté en las listas Partido Socialista al Senado y salí elegido me ofrecieron reforzar la escolta, pero decidí que era suficiente con la que tenía”.
“Lo del entorno familiar es lo más duro. En mi caso, todo mi entorno familiar, incluida mi mujer, está vinculado al nacionalismo. La primera reacción fue muy negativa, incluso peor que la mía. Llegaron a plantearme que no merecía la pena que siguiéramos en Euskadi, que nos teníamos que ir fuera. Pero, ¿qué es lo que cambia el hecho de que aparezcas en un papel? Pensándolo bien, es una especie de garantía de seguridad, porque hasta entonces, justamente por el hecho de no aparecer en ningún lado y que a ningún comando se le encontraran papeles sobre mí, vivía en la ensoñación de que no era objetivo de ETA. Por cierto, esto último es muy curioso: si apareces en los papeles sí eres objetivo y si no a pareces no. Pero resulta que a la inmensa mayoría de personas a las que ETA se ha cargado no había aparecido nunca en ningún papel. Era un poco irracional, pero es que te metes en un mundo irracional”.
“La primera reacción sí fue la de irnos de Euskadi. Teníamos una niña recién nacida. Llegué a mirar opciones para presentarme a alguna plaza en otras universidades. Estuvimos buscando posibles destinos. Pero al final decidimos que no. Que nosotros llevábamos toda la vida aquí, además vinculados a esto, a la lucha por la paz, y que teníamos que seguir aquí”.
“Lo que sí hicimos fue buscarnos un sitio de respiro al que ir los fines de semana, en vacaciones… Buscamos una zona en Castilla y León, un pueblo de montaña. Es una especie de desahogo, cuando estamos un poco saturados de la situación aquí en Euskadi nos damos un respiro yéndonos allí”.
“La mayor preocupación que teníamos era cómo lo iba a vivir nuestra cría. Pero te das cuenta, por lo menos en el caso de mi hija, de que lo asumen con una normalidad pasmosa. Recuerdo que un día me dijo: Patxi (uno de los escoltas que tenía en aquel momento) me ha dicho que antes de arrancar hay que mirar bajo el coche para no pillar a los gatos, pero yo sé que es por si hay alguna bomba. Esto te descoloca. Pero luego te das cuenta de que lo viven con una cierta normalidad y que reflexionan bastante. Por otra parte, nosotros hace ya cinco años que traemos a una niña ucraniana en verano. Al principio nos preocupaba qué iba a pensar una niña que viene de fuera cuando llega a una familia y se encuentra con que hay dos tipos que andan por ahí… ¿Cómo explicarle? Pero lo ha vivido con mucha naturalidad”.
“En el ámbito profesional, esta situación no ha afectado. Sí es un poco chocante e incómodo el entrar en la facultad, entrar en clase, y tener a dos en la puerta, o que tengan que mirar antes de que entres. Me preocupaba cómo se lo iban a tomar los alumnos, los compañeros, pero la verdad es que lo han vivido con mucha normalidad y he recibido mucho apoyo. De hecho, cuando vamos a comer al comedor de la facultad nos juntamos unos cuantos profesores, y mis escoltas vienen detrás, y no pasa nada”.
[1] Ver entrevista Ana Aizpiri