DATOS PERSONALES:
Nombre: José Ignacio Ustaran
Edad: 44 años (1967).
Profesión: Directivo de una empresa de nuevas tecnologías.
COLECTIVO: Familiares de víctimas.
HECHOS
- El 29 de septiembre de 1980, tres miembros de ETA Político-militar entraron en su casa y le encerraron junto a su madre y dos de sus hermanas en la cocina. Los terroristas se llevaron a punta de pistola a su padre, el miembro del comité ejecutivo de UCD (Unión de Centro Democrático) de Álava José Ignacio Ustaran Ramírez, a quien asesinaron momentos después.
CONSECUENCIAS
“En el año 1978, cuando tenía diez años, eran los primeros momentos de libertad en España. A mis padres se les notaba una sonrisa especial en su quehacer diario porque ellos se implicaron en política desde el primer momento. Se les notaba esa felicidad por algo que estaba llegando y que yo a esa edad era incapaz de percibir”.
“Cuando asesinaron a mi padre yo era un adolescente de 13 años. Dado que era un momento de mi vida en el que se necesita mucho el cariño un padre, me apoyaba mucho en su figura. Yo siempre le he definido como un vasco de pro, muy buena gente a quien le gustaba la caza y tenía una fantástica cuadrilla de amigos. Le gustaba mucho llevarme al fútbol y a hacer deporte”.
“Desde mi punto de vista, éramos una familia muy entrañable. Las Navidades eran siempre muy familiares y siempre vivíamos todos esos momentos familiares con mucha intensidad. Yo diría que, a lo largo de mi vida, desde la ausencia de mi padre siempre he echado en falta ese modelo familiar que tuve hasta los 13 años. En definitiva, somos una familia muy unida y muy al uso de la época”.
“Cuando asesinaron a mi padre, mi hermana mayor tenía 15 años, yo 13, la siguiente hermana nueve y la más pequeñita tenía seis años. Recuerdo perfectamente que fui yo quien tuvo que explicar aquella noche a una niña de seis años qué es lo que le había pasado a su papá. Es decir, cómo una persona con 13 años tiene que afrontar la muerte de su padre y explicársela a su hermanita de seis años. Son imágenes que se te quedan grabadas de por vida”.
“Todo sucedió en una noche. Mi padre tenía un despacho profesional en Vitoria y, pensando que eran dos clientes los que venían a visitarle, yo escuché algunos gritos, me asomé y pude ver al final del pasillo, que es donde tenía su despacho, a dos personas gritándole con el tono de voz un poquito elevado. Yo consideré que eran clientes y que estaban en alguna discusión profesional y cerré la puerta. Una de las terroristas me vio, se dirigió a mi cuarto, donde estaba estudiando, me encañonó con una pistola y me dijo: ¿Qué estás haciendo aquí? Le dije que era mi casa y que estaba estudiando, y entonces ella me dijo que me fuera a la cocina con mi familia, con mi madre. Me siguió por detrás con la pistola y pasé por delante del despacho; fue la última visión de mi padre vivo. Le estaban haciendo leer un documento y la situación se veía realmente tensa”.
“Yo me fui a la cocina con mis hermanas, excepto la mayor porque aún no había llegado a casa. Mi madre, evidentemente, estaba con un ataque importante de nervios porque era una situación de mucha ansiedad. Recuerdo además que mi madre, concejal en el Ayuntamiento de Vitoria, les decía que a quien se tenían que llevar era a ella, sin que le hicieran caso ni se dirigieran a ella. Entonces nos dijeron que nos cortarían el teléfono y que no hiciéramos ningún tipo de llamada hasta las 11 de la noche ¬–unas dos horas después–. Dejamos pasar una media hora y mi madre y yo bajamos a ver al vecino para contarle lo que había pasado y nos empezamos a movilizar en aquella situación de gran tensión”.
“Al cabo de muy poco tiempo, como hora y media, empezaron a llegar policías y gente y aquello tenía un tufillo raro. Por mi carácter optimista ante la vida, yo creía que se trataba de un secuestro y que la cosa iba a terminar bien, pero realmente se lo llevaron para asesinarlo a la media hora, aproximadamente. Lo montaron en su propio vehículo, se lo llevaron fuera de Vitoria, le asestaron dos tiros en la nuca y lo dejaron dentro del coche, aparcado frente a la sede de la UCD en aquella época”.
“Serían las doce de la noche y se dirigió alguien de la UCD a casa para decirle a mi madre que le habían asesinado. Yo estaba en la otra parte de la casa, pero el grito desgarrador de mi madre fue algo que se queda en tu interior para toda la vida y que de vez en cuando lo recuerdas con tristeza y con mucha emoción”.
“A partir de ese momento, de esa noche, yo tuve que hacer de tripas corazón y dirigirme a mi hermana de seis años y medio para explicarle que su padre se había ido al cielo. Fue una vivencia muy dura. Los días posteriores fueron de mucho drama, mucho peso, tristeza y tensión emocional”.
“Yo tenía una relación muy especial con mi padre que empezaba a ser muy fluida, quizás correspondiendo esa situación a la edad. Era el único chico de la casa y el sentimiento que podía tener es que la luz que me guiaba se apagó. Me quedaba la guía de mi madre, pero la luz de mi padre se apagó y, en ese sentido, puedo decir que, desde entonces, no es que tenga un trauma personal, pero sí que he tenido momentos puntuales de mi vida en los que he notado la ausencia de esa guía: para tomar algunas decisiones, pedir consejos… Momentos puntuales del día a día en los que tu padre puede decirte qué se puede hacer”.
“Tuvimos que decidir qué hacer, si quedarnos en Vitoria o desplazarnos a Sevilla. Mi madre era sevillana, tiene ocho hermanos magníficos y decidimos marchar. Fue un cambio duro el tener que cambiar de amigos, colegio y el entorno en el que me crié a los 13 años. Con el apoyo de unos hermanos a otros, el apoyo de la familia de mi madre que estaba en Sevilla y que nos dio una acogida magnífica y el apoyo de la sociedad y del entorno de amigos nos sentimos acoplados muy pronto en esa ciudad maravillosa que es Sevilla”.
“Sobre todo al principio fueron años duros. Mi madre estaba en una depresión importante y habían roto un modelo de familia que, cuando llegaba la Navidad o algunos momentos determinados, siempre se notaba la nostalgia”.
“Mi padre desapareció, pero mi madre fue ese anclaje, ese apoyo que nos ha guiado a sus hijos a lo largo de todos aquellos años difíciles que son, sobre todo, los de la adolescencia. Mi madre tiene mucho que ver con que ahora seamos personas afables, tranquilas, que no tengamos sentimientos de revancha y que pensemos en positivo. Lo que mi madre ha querido a lo largo de todos estos años es construir personas que creen en valores como la justicia, que crean en el sistema y que no sean personas que estén hurgando en la venganza o en valores negativos. Ha hecho una labor encomiable y creo que los cuatro hermanos hemos salido adelante gracias a su sacrificio”.
“Por el recuerdo que tengo de mi padre, si tuviera que ponerle un calificativo, diría lo buena gente que era. Lo recuerdo como una persona afable, muy tranquila. Era un hombre muy pausado pero muy constante, de forma que, cuando se planteaba objetivos, los conseguía. También recuerdo que era muy amigo de sus amigos, con quienes disfrutaba mucho en cuadrilla. Mi madre siempre me dice que soy un fiel reflejo de mi padre. En parte puede ser que sea algo genético, pero en parte creo que también es, consciente o inconscientemente, una tendencia a hacerlo así porque él me inculcó una forma de ver la vida que, como a mí me gustaba, trato de aplicarla”.
“Ahora que yo tengo una hija de siete años y medio, observo a veces que proyecto sobre ella esa carencia, o eso que me ha faltado a mí durante todos estos años. Lo he comentado con mis hermanas y todas coinciden conmigo: tenemos una relación muy especial con nuestros hijos desde el punto de vista emocional, yo diría que por encima de la media, y quizás venga condicionado por esa carencia. Ves a tu hija y quieres darle lo que te ha faltado. Eso hay veces que se percibe clarísimamente y es parte de esa herida que al final tenemos todas las personas que pasamos por una situación de estas. Creemos que lo hemos superado y, de hecho, lo hemos superado, pero tenemos pequeños tics que van aflorando durante la vida”.
“Todo esto que le ha pasado a mi familia se puede concentrar en dos valores: uno es el relativo a la libertad, y el segundo la justicia. Creo que a todas las personas a las que nos ha pasado esto lo que exigimos al sistema es que al menos haya justicia. Existen muchas familias que, al menos, han podido confirmar que se ha hecho justicia con lo suyo, pero en el caso de mi familia, desgraciadamente, esto no ha sido así. Han pasado 28 años y las personas que asesinaron a mi padre campan a sus anchas. Es algo que no nos afecta en el día a día, pero en el pensamiento interno de cada uno, tratando de defender la justicia, a veces te chirría y piensas cómo es posible que, estando en un estado de derecho, no se haya podido hacer justicia con lo que nos ocurrió a nosotros, que al fin y al cabo es lo único que estamos pidiendo”.
“Con el tiempo he podido entender que esa sonrisa, estado de felicidad e ilusión por las cosas que mostraban mis padres en la época era por lo que ellos estaban tratando de luchar en aquel momento; un estado de libertades. Mi padre es una víctima que cayó en pro de la libertad. Él defendía y murió por esa libertad”.