En noviembre de 2000, ETA coloca en la puerta de su casa una bomba con 2 Kg. de explosivo y metralla. Juan, marido de Aurora, salía de su casa para llevar a la guardería a su hijo. Abrió la puerta de casa con contundencia, lo que hizo que el cable que unía el detonador con la bomba, oculta en una maceta del rellano de la escalera, se soltara. Sólo explotó el detonador, que provocó algunos daños materiales. Toman la decisión de marcharse del País Vasco.

DATOS PERSONALES:

Nombre:  Aurora Intxausti Martínez

Edad: 

Profesión: Periodista.

COLECTIVO: Periodistas.

HECHOS

-En noviembre de 2000, ETA coloca en la puerta de su casa una bomba con 2 Kg. de explosivo y metralla.

-Juan, marido de Aurora, salía de su casa para llevar a la guardería a su hijo. Abrió la puerta de casa con contundencia, lo que hizo que el cable que unía el detonador con la bomba, oculta en una maceta del rellano de la escalera, se soltara. Sólo explotó el detonador, que provocó algunos daños materiales.

-Tras el atentado, la Ertzaintza advierte a Aurora y su marido de que no pueden continuar en Euskadi sin escolta policial.

-Juan y Aurora rechazan la opción de vivir escoltados. Toman la decisión de marcharse del País Vasco.

CONSECUENCIAS

“Nuestra profesión siempre lo ha tenido difícil en Euskadi. Los que hemos estado cubriendo información de actualidad, información política, y no hemos cedido a los chantajes y a las exigencias de Herri Batasuna (HB), hemos estado en el punto de mira. Llegó un momento en el que el mundo de HB prohibió la entrada a medios de comunicación como el mío o el de Juan -El País y A3, respectivamente- a sus ruedas de prensa. Cada vez que hacías una pregunta que no les gustaba salías en los papeles . Nosotros escribíamos con libertad, pero sabíamos que nos la estábamos jugando. Nos jugábamos la vida cada día. Escribíamos cosas que sabíamos que no les gustaban. Más de una vez me advirtieron de que tenían documentación sobre mí. El periodista que diga que ha ejercido su profesión sin coacción miente, porque precisamente el atentado que hicieron contra nosotros fue un aviso para todo el periodismo”.

“Aquella época fue muy dura, no sólo para los periodistas, sino para mucha otra gente. Yo, a raíz de los asesinatos del que fuera Gobernador civil en Gipuzkoa, Juan Mari Jáuregui, y del presidente de ADEGI, la patronal guipuzcoana, José Mari Korta (los dos en ese mismo año 2000), hubo un momento en el que dije: ahora vienen a por nosotros. Tenía  una sensación extraña de que iban a ir a por la prensa, de que después de aquello nos tocaba a nosotros. Además, había salido documentación de que lo habían intentado, de que ETA había hecho seguimientos a periodistas… Incluso habíamos recibido en la oficina un aparato, un escáner, para que todos los paquetes que recibiéramos en la oficina los periodistas fuera analizado primero”.

“Nosotros éramos una pareja de periodistas en medios importantes. Éramos objetivos fáciles, teníamos una vida muy rutinaria. Hasta el atentado, yo siempre había pensado que iban a intentar atentar contra nosotros. Pero que lo harían con una bomba en el coche, o algo así. El día que nos pusieron la bomba en casa tuvimos suerte, porque el dispositivo se movió por el impulso con el que Juan abrió la puerta ese día. La Ertzaintza nos dijo que fuéramos a la otra punta de la casa, que nos alejáramos lo máximo posible de la bomba, que estaba en la puerta de la entrada. Seguimos las instrucciones de la Ertzaintza y yo me puse a jugar con el niño al Lego”. 

“Finalmente, salimos de la casa con mucho cuidado y sin utilizar el ascensor. La bomba estaba oculta en una maceta con un helecho. Eran 2 kilos de dinamita y una olla con 6 Kg. de metralla”.

“Al salir, Juan se fue directamente a declarar a la Ertzaintza (Policía Autónoma Vasca). Yo empecé a avisar a la familia para que estuvieran tranquilos antes de escuchar nada en la prensa”.

“La situación fue bastante dramática. Después de esa primera vorágine que se forma tras el atentado, fui a declarar; me preguntaron si coincidía con la opinión de mi marido de que teníamos que marcharnos de allí. La alternativa era quedarse con dos escoltas para cada uno. No queríamos vivir angustiados pensando que cualquier día nos mataban. Y decidimos marcharnos. Nos fuimos ese mismo día”.

“Fundamentalmente, pensamos en el crío. No queríamos que nuestro hijo creciese en una sociedad totalmente podrida. Si lo hubiésemos criado aquí, habría crecido en un ambiente sin libertad, con odio y rencor. Mi hijo es ahora un joven sano, demócrata, hasta el punto de que cuando le explicamos lo que nos ocurrió, no se lo tomó mal; hizo frente a los hechos, asumió lo ocurrido, porque sabe lo que pasa en Euskadi. Hace su vida con normalidad. Tiene sus ideas, pero disfruta de la vida, y no tiene sentimientos de odio hacia nadie. También le hemos traído a Donostia. Es más, su equipo es la Real Sociedad. Es un chaval sano”.

“Marcharse de Euskadi fue muy duro. Nosotros no nos íbamos porque queríamos, sino porque nuestras vidas corrían peligro. Fue muy duro dejarlo. Pero también tuvo su parte buena, claro: poder hablar con libertad sabiendo que, aunque el de al lado no comparta tus ideas, te va a respetar, incluso va a ser tu amigo. Eso fuera del  País Vasco ocurre, y para nosotros en ese momento fue muy importante”.

“Todo aquello fue mucho más difícil para la familia que para nosotros. Ellos se quedaron en Euskadi con la misma gente de la que, se sospechaba, podía haber pasado información sobre nosotros. Gente de HB, cuya simple presencia te puede resultar insoportable, pero con la que tienes que seguir conviviendo. Para la familia es muy duro, e incluso algunos miembros de la  familia de Juan también decidieron  marcharse de Euskadi”.

“Un atentado no afecta únicamente a los que son objetivos del mismo, sino a toda la familia y allegados. Las primeras semanas no nos dejaron solos ni un momento. Somos una familia grande y los primeros meses estuvimos muy arropados, porque estábamos destrozados”.

“La gente nos dio su apoyo, también gente nacionalista; nos llamaban y nos daban ánimo. Y nosotros lo agradecemos. Pero en aquel momento, la ayuda del Gobierno vasco fue nula. Recuerdo que en un acto que se hizo en el Parlamento Vasco,  Ibarretxe (Lehendakari del Gobierno Vasco) le dijo a una compañera mía: “¿Qué vamos a hacer con ellos, meterlos en la cárcel?”. Aquello fue impresentable, como también que en aquella época el Gobierno vasco no diera amparo y protección a las víctimas y sí siguiera dando ayudas a las familias de los presos para ir a visitar a sus familiares. Aquello fue indecente y muy indignante y doloroso para nosotros”.

“Espero que no haya ninguna otra víctima más y nadie tenga que pasar por ese dolor, que no tiene medida. Pero si la hay, las instituciones deberían volcarse con la familia”.