DATOS PERSONALES:
Nombre: Sara Buesa Rodríguez
Edad: 31 años (1980).
Profesión: Psicóloga.
Lugar de origen: Vitoria-Gasteiz.
COLECTIVO: Familiares de víctimas.
HECHOS
- El 22 de febrero de 2000, ETA colocó un coche-bomba que asesinó a su padre, Fernando Buesa Blanco (secretario general del PSE-EE de Álava) y a su escolta Jorge Díez Elorza frente al campus universitario de Vitoria-Gasteiz.
CONSECUENCIAS
“Cuando voy por la calle, me vienen muchos recuerdos de momentos con mi padre. Recuerdo que cuando era muy pequeña iba todos los domingos con él a comprar el periódico. Dábamos un paseo juntos y nos sentábamos en un banco. También tengo los recuerdos de cuando íbamos a ver partidos de baloncesto y, ya de más mayor, conversaciones más serias. No era una persona que hablara mucho de sus sentimientos, pero en momentos puntuales te sorprendía al venir y hablar contigo a niveles de mucha intimidad”.
“Cuando mataron a mi padre yo tenía 19 años y estaba estudiando segundo de carrera y justo había terminado los exámenes de febrero. Fue una ruptura total, marcó un antes y un después. Han pasado muchos años, pero yo todavía me acuerdo del día que le asesinaron. No lo suelo pensar, pero cuando lo hago lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer. Son cosas que se te quedan grabadas en la memoria como con flashes, imágenes o casi como si fuera una película; con cierta sensación de irrealidad. Lo tengo muy presente, es algo que te marca para siempre”.
“Fue una ruptura total porque cambia todo. De repente, de un día para otro, ya eres una persona totalmente diferente. Las preocupaciones normales que podía tener una persona de esa edad y las que podía tener yo misma el día anterior ya desaparecen, todo son tonterías y deja de tener sentido. Es como si de repente te pusieran una losa o como si te cayeran un montón de años encima. Un año después de que ocurriera, yo seguía llevando la misma vida, pero no era la misma persona puesto que no era la misma alegría y hay un salto abismal entre tú y cualquier otra persona”.
“Pasas a tener una relevancia pública, la gente te conoce, y es como si tuvieras que buscar otra vez ese camino de volver a encontrarte a tí misma, a ver quién soy yo, Sara, fuera de toda esta situación. Volver a encontrar un sentido, una alegría a las cosas cotidianas, unas ilusiones”.
“La sensación de los primeros momentos de cuando pasa algo así es de querer meter la cabeza en un agujero y no salir. Te da miedo afrontar la vida. Yo me acuerdo que no quería salir a la calle y, cuando salía, andaba mirando al suelo. Era casi una sensación cercana a la vergüenza. No quería cruzarme con nadie conocido, que no me vieran ni me reconocieran. Cuesta mucho volver a enfrentarse a la normalidad. Sin embargo, tenía muy claro, y ahí me ayudó mucho mi familia porque todos hemos estado en esa línea de afrontamiento. Hemos estado muy unidos frente a que aquello no nos iba a hundir porque la vida tiene muchas cosas buenas que valía la pena vivir. Había que salir adelante y recuperar una normalidad”.
“Aproximadamente cuatro días después del atentado, en fin de semana, salí con mi madre a dar un paseo. Hacía un día soleado de invierno, un día precioso. Estábamos paseando y mi madre me dijo que a pesar de todo lo que había pasado, seguía pensando que la vida tiene muchas cosas bonitas”.
“En esos primeros días el apoyo social, de gente que no conocías de nada, ver tanta gente en la calle, recibir telegramas de desconocidos, todas las firmas que se recogieron en la universidad, quienes llevaron flores o velas… fue algo impagable, una pasada. Cada vez que, cuando hay concentraciones por un atentado, oigo a alguien que se pregunta para qué ir porque piensa que no sirve para nada, siempre pienso que claro que sirve. Es lo único que sirve y te consuela en ese momento. No se me puede ocurrir nada más terrible que tener que vivir eso en soledad. Ese espíritu es muy valioso y te llega muchísimo”.
“En ningún momento me he sentido desprotegida o sola. Desde que pasó esto, es como que siento que tengo un ángel de la guarda, como un vínculo especial con alguien que me mira desde arriba y se alegra con mis éxitos, me hace un guiño cuando algo inesperado sale bien, me arropa cuando estoy mal… Yo siento ese vínculo y siento como que tengo esa protección de mi padre”.
“Creo que desde que ocurrió todo esto me siento mucho más humana de alguna forma, más capaz de entender el sufrimiento de otras personas y empatizar con ellas, y eso lo valoro muchísimo. Me parece tremendo el quedarte indiferente. Quizás yo misma actuara así antes de que ocurriera esto, pero la humanidad y solidaridad lo valoro muchísimo”.
“También creo que soy una persona que siempre ha sido pacífica, pero mucho más a raíz del atentado. Ves todo el sinsentido de la violencia de cualquier tipo; huyo totalmente de eso. Valoro muchísimo la paz y el poder razonar las cosas. Y quizás también la tolerancia, el respeto hacia la diferencia, la diversidad. Creo que ahora probablemente sea más tolerante que antes, juzgo menos a la ligera. Digamos que soy muy intolerante con la intolerancia y, a parte de eso, creo que soy mucho más abierta respecto a las distintas opciones o perspectivas”.
“Esperanza siempre hay. Sobre todo de las vivencias de sufrimiento se aprenden muchas cosas, aunque en mi opinión todavía queda un largo camino por recorrer”.