DATOS PERSONALES:
Nombre: No quiere que figure su nombre.
Edad: 46 años.
Situación familiar: Casado, dos hijas menores.
Profesión: Ertzaina.
Territorio: Bizkaia.
COLECTIVO: Ertzaintza.
HECHOS:
– La madrugada del 5 de junio de 2009, al regresar de prestar servicio en la comisaría a la que estaba asignado, X se encontró en la puerta de su vivienda con un artefacto explosivo que no llegó a explotar por un fallo en el mecanismo de activación. En el interior de la vivienda se encontraban su esposa y sus dos hijas menores, de 11 y 13 años.
– No había sufrido ningún tipo de agresión o amenaza con anterioridad.
CONSECUENCIAS:
“Si llega a explotar la bomba, se hubiera incendiado todo. Afortunadamente, el mecanismo falló. Cuando lo encontré, mi mujer y mis hijas estaban todavía en la cama. Si hubiese estallado un poco más tarde, les hubiese pillado saliendo al colegio. Eso ha hecho que yo tenga mucho sentido de culpabilidad. Yo, antes de hacerme ertzaina, trabajaba en una fábrica, y pienso que tenía que haberme quedado ahí porque por mi culpa podrían haberles matado”.
“Cuando sucedió esto, en el entorno del vecindario hubo, sobre todo, indiferencia. Nunca había tenido problemas durante los diez años que llevaba viviendo allí. Luego hubo gente que cogió miedo, gente que me rechazaba. Sin embargo, curiosamente, hubo gente que nunca me había hablado y se acercó a apoyarme”.
– Desde esa fecha se encuentra en situación de baja psicológica y está siguiendo un tratamiento.
– Su esposa también se encuentra de baja laboral por causa de estos hechos.
“El grupo de amigos del barrio con los que tomaba los zuritos en el bar, con los que veía los partidos de fútbol, no me quieren ni ver tras lo que pasó. Tuercen la cara para no saludarme, o simplemente cambian de acera. La indiferencia de la gente duele mucho. Estamos a la altura de las ratas. Es una miseria la gente que nos rodea, esos me duelen más que los que me han puesto la bomba”.
– Por indicación de la Consejería de Interior ha tenido que vender su piso y trasladarse de vivienda.
“En un principio no te lo quieres creer. No pensaba en irme. Yo antes me sentía un privilegiado, estaba en un entorno bonito, tenía una buena casa, mis hijas tenían un colegio estupendo al lado… Lo teníamos todo. No quería que eso se deshiciera. Pero empezaron los miedos, las pesadillas. La relación con mi mujer cambió. Lo quieras o no, todo cambia. Y, aunque nos habíamos resistido a irnos, cuando nos lo dijo el Departamento de Interior, decidimos que teníamos que irnos. Nos hemos ido fuera del País Vasco. Eso es dolor”.
“También influyó en que nos fuéramos que al poco tiempo asesinasen a un policía nacional, Eduardo Puelles. Entonces pensé: “si han hecho esto en mi casa también pueden venir a pegarme un tiro. Ya me conocen, saben dónde estoy”. No se puede vivir así, y con dos niñas, menos”.
“Había gente que creía que eran amigos y dejaron de hablarme. Sin embargo, otra gente con la que nunca me había hablado vino a darme ánimos. Esto nunca me lo habría esperado. He visto cómo cambió mi vida radicalmente, iba con las niñas al parque, y todo el mundo me miraba, pero nadie tenía un gesto. Al final, sólo queda marcharse. Donde vivo ahora, la gente me trata bien.”
“Con tu mujer las cosas cambian, ella no quiere hablar de esto, pero yo tengo mucha rabia. Cuando me dijeron que tenía que irme, todo cambió”.
“Nos hemos tenido que ir del País Vasco y eso duele. Yo soy vasco y ahora tengo mucho rechazo a ir allí. Aquí (se refiere a su nuevo lugar de residencia) solo ves gente normal”.
“A mi familia le han partido la vida”.
–Sus hijas han tenido que adaptarse a un nuevo entorno, y los gastos escolares se han duplicado porque, a pesar del rechazo que manifiesta sentir, quiere que sus hijas se sigan educando en el País Vasco para que mantengan el conocimiento del euskera. Han tenido que comprarse otro coche para que la esposa pueda desplazarse a su trabajo en la Comunidad Autónoma Vasca. Ante la premura de la situación tuvieron, que vender el piso por debajo de su precio para comprar con la mayor premura su nueva residencia. No ha recibido ninguna ayuda que le facilitase enfrentarse a éste problema añadido de índole económico.
“Esto me ha provocado una fobia a todo lo que sea País Vasco. Por mi profesión, tengo que convivir con todos, y ha llegado un momento en el que odio profundamente todo lo vasco. La realidad de Euskadi es que hay un pequeño grupo que va contra todos los demás. No queremos enterarnos, hasta que van a por nosotros. Tenemos el Athletic, el Guggenheim, y lo demás no lo queremos ver. Por eso le he cogido asco a lo vasco. Yo me sentía muy vasco, defendía mi patria y esas cosas por las que ahora siento mucho asco. Yo también era así, pero ser así rompe la vida a mucha gente. No te das cuenta de que también te puede tocar a ti, y cuando pasa sólo encuentras indiferencia”.
“Ahora no tengo miedo porque aquí estoy tranquilo, pero no sé lo que pasará cuando tenga que reincorporarme. Yo quiero ganarme mi sueldo trabajando, dignamente. Pero para ser sincero, si ahora, tal y como estoy, tuviese que trabajar y volver a la calle, si me tocase encontrarme con esa gente que les apoya, creo que no podría controlarme. Creo que el daño que me han hecho haría que actuase con odio”.
“No creo que vaya a suceder, pero ojalá llegue un día en que pueda perdonar, porque esto me está comiendo por dentro, no me deja vivir. Más daño del que me hicieron con la bomba me lo están haciendo ahora. Pasado ya tanto tiempo, esto no me deja vivir”.
– En el momento actual el problema persiste. Los hechos que originaron la situación no han sido resueltos, los culpables no han sido identificados. La situación de riesgo persiste y el daño moral persiste. Esta entrevista ha tenido que ser realizado en un lugar limítrofe del País Vasco en consideración a la situación de desasosiego que al entrevistado le producía trasladarse a dicha comunidad autónoma. Esa misma situación que vive es la que le ha motivado a pedir que no figuren ni su nombre ni su actual lugar de residencia.
–Durante todo el tiempo que duró el encuentro se debatió entre las lágrimas y la ira, manifestando en todo momento un profundo dolor causado principalmente por un sentimiento de culpa, puesto que se considera responsable de haber puesto en una situación de riesgo a su familia al haber elegido la profesión de ertzaina.
*Documentación relacionada: lavanguardia.es